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Platos típicos de Lanzarote

Los platos típicos de Lanzarote que debes probar. Descubre el sancocho, papas arrugadas con mojo, lapas frescas y la gastronomía canaria auténtica.

Lo que realmente me ha sorprendido descubrir sobre la gastronomía de Lanzarote

Cuando pisé Lanzarote por primera vez como turista, pensé que venía por las playas y el paisaje volcánico. Lo que no esperaba era que la comida me atrapara de forma tan visceral. Hace poco volví para investigar la gastronomía local, y honestamente, cambió mi perspectiva sobre qué significa verdaderamente viajar.

Todo comenzó en Teguise. Alguien me recomendó El Recoveco de NaRa, y decidí ir sin expectativas demasiado altas. Ya ves, es fácil romantizar la comida local como algo exótico cuando eres turista. Pero lo que descubrí ahí fue diferente: no era una simulación de tradición, sino la tradición viva, contada a través de platos que llevan siglos en las mesas canarias.

Las papas arrugadas: mucho más que lo que parece

La primera vez que comí papas arrugadas en serio, no fue en un restaurante turístico sino en una casa de una señora canaria. Estaban simples, sin pretensión: hervidas en agua con mucha sal hasta que la deshidratación creaba esas arrugas características. Acompañadas de mojo rojo y verde.

Lo que nunca me explicó nadie es por qué esto es tan importante. No es un plato porque sí. Es un plato porque durante siglos, la gente aquí necesitaba algo que fuera barato, que durara, que saciara. Las papas pequeñas, el agua salada del mar, la sal que preservaba. Luego vinieron los mojos: una forma de transformar ingredientes básicos en algo con sabor.

En El Recoveco de NaRa, probé sus papas arrugadas y sentí exactamente eso: simpleza convertida en excelencia. No hay trucos. El mojo rojo con su ajo, comino, pimentón y vinagre; el verde con cilantro fresco. Lo interesante es que te das cuenta de que cada elemento cuenta. No porque alguien lo haya decidido en un libro de cocina, sino porque generaciones enteras descubrieron que esto funciona.

Sancocho: el plato que habla de una época

Aquí es donde comienzo a entender por qué la gente en Lanzarote es tan obsesiva con la gastronomía. El sancocho no es solo comida. Es historia en una bandeja.

Hace siglos, cuando el pescado se salaba para que durara semanas sin refrigeración, la gente del interior de la isla no tenía acceso a pescado fresco. Ingeniero del problema: el sancocho. Pescado salado que necesitaba desalarse, papas, batata, y un acompañamiento que hoy llamamos pella de gofio —gofio amasado con el mismo caldo del pescado.

Lo que más me fascinó es que este plato se come tradicionalmente el Viernes Santo. Durante siglos, la Iglesia prohibía comer carne ese día, así que los canarios inventaron una solución perfecta: el pescado. Y no un pescado cualquiera, sino uno que tenía sentido con lo que tenían disponible. Es la clase de creatividad que surge cuando la necesidad golpea la puerta.

Cuando lo probé en El Recoveco de NaRa, entendí lo que significa comerlo bien. El cherne (un pescado robusto que aguanta la sal), la desalación hecha con paciencia, las papas que mantienen su textura, la batata dulce contrastando... Es como leer una novela histórica con la boca.

Gofio: ese alimento que define a los canarios

Aquí es donde mi romanticismo inicial chocó con la realidad de los saberes ancestrales.

El gofio existe desde antes de que los españoles llegaran a las islas. Los guanches —los primeros habitantes de Canarias— tostaban cereales y los molían en harina. Eso es gofio. Luego vino la influencia africana, los cereaales americanos (millo, maíz), y lo que quedó fue una técnica de preparación que ha perdurado milenios.

Para mí, lo impactante no fue descubrir qué es el gofio, sino entender que es un alimento que ha salvado a la gente de Lanzarote literalmente. Las madres lo daban a los niños disuelto en leche. Los campesinos lo comían con huevo crudo. En momentos de carencia, el gofio escaldado —amasado con caldo caliente— fue la diferencia entre pasar hambre o no.

Hoy, cuando ves la pella de gofio que acompaña el sancocho o el gofio escaldado en una sopa, no es nostalgia. Es un acto de resistencia. De memoria. De decir: esto nos mantiene vivos durante milenios, y no vamos a olvidarlo.

Lapas: lo que el Atlántico realmente ofrece

Aquí en Lanzarote, cerca del mar, probé lapas de verdad por primera vez. No las versiones congeladas que he visto en otros lados.

Las lapas son un marisco que se agarra a las rocas con una fuerza increíble. Para comerlas, tienes que arrancarlas, cocinarlas a la plancha con aceite, ajo, vino blanco. El sabor es intenso —casi demasiado—, concentrado, puro oceano. Nada diluido. Nada complaciente.

Cuando las comí en El Recoveco de NaRa, pude sentir la diferencia entre una lapa que viajó congelada y una que estaba fresca hace pocas horas. No es un detalle menor. Es la diferencia entre una experiencia genérica y una auténtica.

Pulpo a la plancha: una técnica que tiene su lógica

Una cosa que descubrí es que la cocina canaria no surge de la magia, sino de la observación constante. El pulpo a la plancha es un buen ejemplo.

Los cocineros locales descubrieron algo: si sumerges un pulpo dos veces en agua hirviendo, la piel se pegará perfectamente a la carne. Una tercera inmersión lo cocina todo. Luego, brevemente a la plancha, sale crujiente por fuera y tierno por dentro.

¿Por qué funciona? Porque alguien se tomó el tiempo de observar, de fallar, de probar de nuevo. Eso no sale de un libro. Sale de la paciencia y la repetición. Es la clase de conocimiento que mi generación tiende a subestimar porque todo viene en tutoriales de YouTube ahora.

Queso de cabra: lo simple hecho extraordinario

En Lanzarote, la cabra es prácticamente un símbolo de identidad. Hablamos de animales que se adaptan al clima árido mejor que casi cualquier otra cosa. Y de eso sale leche, y de la leche, queso.

No es un queso con DO (Denominación de Origen) propia, pero honestamente eso casi no importa. He comido queso de cabra fresco aquí con un poco de aceite de oliva, y es de esos alimentos que te recuerdan por qué ciertas cosas no necesitan complicación. Simplemente excelencia.

Lo que me sorprendió es cómo se integra en todo. No es un acompañamiento en El Recoveco de NaRa, sino un personaje más en la historia que el chef está contando.

Postres: dulzura que viene del corazón

Probé el bienmesabe (su nombre lo dice todo: "me sabe bien"). Huevo, almendras, miel, azúcar, limón. Nada sofisticado. Y sin embargo, es completamente diferente a cualquier postre que haya probado. Tiene una textura cremosa, un sabor que no intenta ser moderno, solo auténtico.

Luego está el frangollo: un pudín dulce con harina de millo (no tostada, eso es importante), huevos, leche, azúcar. Cocido lentamente hasta que la masa sea compacta. Si lo haces rápido, no tiene la misma cosa. Nuevamente, paciencia.

Comer estos postres es entender que la gastronomía local no es cuestión de técnica modernista, sino de respetar tiempos, procesos, ingredientes. Eso que hoy la gente llama "slow food" aquí simplemente se llama "como comemos".

El vino: el cierre perfecto

Descubrí que Lanzarote produce vino desde la región de La Geria, donde las vides crecen en suelo de ceniza volcánica. El resultado es vino con mineralidad, con carácter. Cuando probé un blanco seco local con las papas arrugadas y el mojo picón, entendí por qué hay gente que ha dedicado la vida a esto.

No es que sea vino de colección. Es que es el vino para esa comida. Así de simple, así de perfecto.

Teguise: donde todavía late el pulso

Lanzarote tiene playas, tiene paisaje, tiene un cielo que por la noche parece impreso de tanto que brilla. Pero Teguise —el casco histórico, el pueblo donde los españoles conquistadores se asentaron en el siglo XVI— es donde todavía puedes sentir las capas de historia.

Es donde la gente come como ha comido durante siglos, porque la geografía, el clima y los recursos disponibles no han cambiado tanto. En El Recoveco de NaRa, mientras pruebas estos platos, estás literalmente viajando a través del tiempo.

Cuando una abuela canaria te cuenta una receta, no te está dando instrucciones. Te está pasando un fragmento de su alma. Y aquí, en lugares así, eso todavía sucede. La receta no es solo cómo hacer algo, sino por qué importa, quién la hizo antes, qué significó para ellos.

Lo que aprendí que no está en ningún sitio

Lo que más me sorprendió descubrir es que esta gastronomía es un acto de defensa. No de tradición por tradición (que eso puede ser aburrido). Sino de "esto nos mantiene vivos, nos conecta, nos define, y no vamos a dejar que desaparezca".

Los guanches estaban aquí hace más de dos mil años. Luego llegaron los africanos del norte. Luego los españoles. Luego vinieron ingredientes americanos. Y de todo eso, la gente de Lanzarote creó algo que es completamente suyo. Eso no es una receta. Es una identidad.

Cuando pruebas un plato típico de Lanzarote en el lugar correcto —en El Recoveco de NaRa, en un restaurante donde se respeta lo que se está cocinando— no estás siendo turista. Estás siendo parte de una conversación que ha durado siglos.

Si vienes a Lanzarote, ven de verdad

Muchos viajeros pasan por las islas Canarias y comen lo mismo que comerían en cualquier otro lugar. Es fácil caer en la trampa. Hay resorts, hay comida internacional, hay todo lo que esperas encontrar en un destino turístico.

Pero si quieres entender realmente qué es Lanzarote, tienes que sentarte a comer lo que come la gente de aquí. Tienes que hacer las preguntas incómodas: ¿de dónde viene esto? ¿por qué se prepara así? ¿qué significa para ustedes?

Ese es el viaje que merece la pena. Y eso es lo que encontré en lugares como El Recoveco de NaRa — no solo comida, sino historias. No solo sabores, sino significado.

Restaurante en Teguise

Recetas de Lanzarote